En la parada del autobús, cuatro personas aguardaban su llegada. La primera en la fila, absorta en su teléfono móvil, parecía estar jugando a uno de los tantos juegos disponibles. Detrás de ella, un hombre hojeaba un periódico gratuito, de esos que suelen repartirse en las esquinas o a la salida del metro. En tercer lugar, una mujer de avanzada edad esperaba pacientemente, y finalmente, Erika se colocó al final de la fila. Con educación y en voz baja, saludó a la señora frente a ella:
—Buenos días, aunque un poco fresco, ¿no cree? —Sí, pero es normal en esta época. Pronto llegará el verano y nos quejaremos del calor, como todos los años —respondió la señora con una sonrisa. Erika asintió, devolviendo la sonrisa con sinceridad.
Mientras tanto, el tráfico en la avenida de España, en pleno centro de Madrid, se movía como un gran ciempiés: avanzaba unos metros y volvía a detenerse. Era viernes, hora punta, y la congestión se hacía notar. Los cláxones, el bullicio y el aire casi irrespirable eran parte del paisaje urbano, pero el autobús seguía sin aparecer.
Finalmente, el autobús llegó y los pasajeros comenzaron a subir. En la siguiente parada, un grupo de hombres subió al vehículo, y lo que parecía ser un día común se transformó en una pesadilla. Los recién llegados eran miembros de un grupo terrorista que, armados y organizados, tomaron el control del autobús, secuestrando a los pasajeros y desatando el terror. Erika y los demás viajeros se encontraron atrapados en una situación límite, donde cada decisión podría marcar la diferencia entre la vida y la muerte.
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