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MADRID ALERTA ROJA "Nivel - 5"







FULGEN.LAM
Edición Marzo de 2017



 


Capítulo 1

 

En la parada del autobús, esperaban su llegada, unas cuatro personas, la primera de la fila, se entretenía con un teléfono, posiblemente jugando con uno de los múltiples juegos que existen para móviles, le seguía en el orden de la fila, un señor leyendo uno de esos periódicos que suelen repartir por las esquinas, y, a la salida del metro, de forma gratuita, y, en tercer lugar, una mujer de avanzada edad. Erika, al ponerse la última, educadamente y en voz baja, le da los buenos días a la señora. Buenos días, aunque un poco fresco, ¿no cree? Respondió Si, pero es normal en esta época, pronto llegará el verano y nos quejaremos del calor, como todos los años, contestó Erika con una sonrisa sincera. El tráfico, no paraba de moverse, la calle, estaba abarrotada de coches, todos se movían como un gran ciempiés, rodaban cuatro metros y volvían a pararse, la hora punta, y además en viernes, se dejaba notar, la avenida de España, situada en la zona centro de la ciudad de Madrid, era una de las más congestionadas de la capital, el bullicio, el claxon de los vehículos, el aire casi irrespirable, y el autobús sin aparecer.
Por lo que Erika, pregunta nuevamente a la señora de delante de ella.
¿Lleva usted mucho tiempo esperando?
— No, unos cinco minutos, y, mire, detrás de usted, ya hay un montón de personas.
— ¡Es verdad! No me había dado cuenta, mire, ya viene el autobús. Comento Erika, y la fila de personas, comenzó a removerse, todos se arrimaban un poco más unos a otros, como queriendo llegar antes a la puerta de entrada, comienzan a subir y al mismo tiempo, se iban oyendo los clips, clip, clip de los bonos de viaje, que cada viajero picaba en la maquinita que validaba el viaje, Erika, que no solía coger casi nunca el autobús, no tenía bono, por lo que le preguntó al conductor. ¿Cuánto es? Uno con cincuenta, le contesto el conductor, extendiendo la mano para entregarla el billete, ella saca de su monedero un billete de veinte euros e intenta dárselos al cobrador, este la contesta un poco extrañado ¿no sabe usted que no puedo cambiar más de cinco euros? Lo siento, pero no puedo cambiárselo. Mire, no tengo ningún billete más pequeño. Pues lo siento, tiene que bajarse. La respondió el conductor, de una forma un poco seca. Oiga, tengo mucha prisa, y yo no sabía nada de los problemas que usted tiene con los billetes que puede cambiar y cuáles no.
Y en esta discusión estaba Erika con el conductor, cuando del fondo del autobús, alguien gritó, ¡Que viaje gratis! Si no tiene cambio no es problema de ella. Son las normas. Gritó también el conductor.
En esos momentos, se levanta de su asiento, un pasajero, delgado, moreno, y con unas gafas de sol que junto con la barba que lucía, no dejaba ver su rostro, se acercó al conductor y le dijo. Ponga en marcha el autobús y cállese, ahora vamos a ir donde yo le mencione.
Y sacando una pistola de debajo de su chaqueta, apuntó al conductor.
No se le ocurra dar aviso a nadie, si hace lo que yo le ordene, pronto terminaremos.
Erika, al oír estas palabras y observar el arma del hombre, aprovechó para ponerse detrás y asustada le pregunta. ¿Es que va a secuestrar el autobús? ¿Es que ¡no está claro!? Siéntese donde pueda y calladita, si no nos ponemos nerviosos, en poco rato todo habrá terminado.
El conductor, de unos cincuenta y tantos años, conducía el vehículo y permanecía callado, de pronto, le pregunta al secuestrador ¿puedo parar en las paradas? ¿Dónde vamos?
— No, no puede parar en ningún sitio, ya le manifestaré donde tiene que girar, de momento todo recto. Y girándose hacia el resto de pasajeros, declara. No se pongan nerviosos, si alguien intenta hacer una tontería, le dispararé, sea quien sea, y si alguien llama a la policía desde algún teléfono móvil, aré volar el autobús con todos dentro, en esta bolsa, llevo una bomba que hará explosión si suelto las asas de ella. Pórtense bien y no tardaremos gran cosa, en treinta minutos a lo sumo, se podrán marchar todos.
El autobús, se dejaba atrás las paradas, sin siquiera acercarse a ellas, y el público que esperaba en las paradas, se les veía gesticular y maldecir por no poder coger el autobús.
Erika, aunque estaba de pie, agacho la cabeza un poco para poder comentar a la señora que la antecedía en la fila, en voz muy bajita… ¿Cree que nos va a pasar algo? Hace años que no monto en el transporte público, me imagino que esto no sucederá a diario.



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